sábado, 27 de febrero de 2016

Una tarde en las Rebajas

Está más que comprobado que cualquier persona civilizada y educada puede perder los papeles si se encuentra en una situación lo suficientemente estresante. Quién no se ha puesto como un energúmeno al volante alguna vez. O quién no se ha acalorado más de la cuenta por una discusión sobre fútbol, o cualquier otro tema intrascendente. Bueno, pues otra de las situaciones que más estrés generan, siempre dentro de la burbuja esta del primer mundo desde la que escribo esto,  son las "Rebajas". A los hechos me remito.

Siempre me han parecido bochornosas y completamente ajenas a mi las imágenes del primer día de rebajas que suelen dar año tras año por televisión. Esas aglomeraciones a la puerta de los grandes almacenes esperando la hora de apertura me inspiraban en el mejor de los casos vergüenza ajena. Pero como nunca se puede decir, de este agua no beberé, ahí va mi historia. No me siento especialmente orgulloso de mi papel en este sainete, pero... así sucedió.

La parte que podría llamarse "El principio de todo"

Resulta que mi hijo pequeño nos había pedido unas zapatillas de fútbol-sala último modelo para Navidad. Unos días antes de marcharnos al pueblo las estuve mirando y las vi en el Corte Inglés. Para ser de plastiquillo me parecieron carísimas,  ¡60 euros! Pero como era lo único que pedía, pues hice de tripas corazón y me las envolvieron para regalo. Hasta ahí todo normal. El asunto se puso interesante el día 8, cuando ya estaban en marcha las Rebajas.


Las zapatillas de marras.

Como decía al principio, no soy muy de rebajas ni de gastar sin más ni más, pero esa tarde estaba dando una vuelta por el centro y me puse a curiosear un poco por la planta de deportes de Independencia. Aunque casi nunca compro nada, suelo echar un vistazo por allí de vez en cuando. Pues bueno, cuando pasaba por la sección de  zapatillas me acerqué  por ver si estaban las que le había regalado a mi hijo y... justo. Allí estaban. En primera línea. Al 50%.  Inmediatamente se me puso cara de tonto. ¡Esa humillación no podía quedar así!

La parte que se podría llamar "Crímen y castigo"

Mientras bajaba a casa iba urdiendo el plan. Devolvería las zapas y compraría otras iguales al precio rebajado. Como soy muy mirado, me daba cosa devolverlas y comprarlas yo mismo, no fueran a pensar que era un aprovechado sin pudor alguno, así que impliqué a mi mujer en la trama. Para evitar el problema de que justo a la hora de adquirir las nuevas zapatillas rebajadas no hubiera de la talla del niño, un 45 calza la criatura con 14 añitos, le dije a mi mujer que subiera ella primero y las comprara. Luego una vez que saliera del establecimiento, donde estaría yo esperando, entraría y haría la devolución como si tal cosa. Un plan sencillo. Aparentemente.

Subimos juntos en el tranvía repasando los detalles. Mi mujer aun le echó un último vistazo a las deportivas para asegurarse de cuál era el modelo exacto. Me sentía como un delincuente ultimando los pormenores de un crimen. Una turbadora mezcla de excitación y culpa. En esos pensamientos estaba cuando vi salir a mi esposa con la bolsa roja conteniendo el preciado "botín", nunca mejor dicho. Casi ni nos miramos, no hubiera alguien al tanto de nuestras maquinaciones.

Ya en la planta de deportes me acerqué nervioso al dependiente. Era el mismo joven simpático y deportista que me había atendido amablemente hacía unos quince días, cuando hice la compra. Como ya había asumido mi condición de miserable sin escrúpulos, no me importó mentir y excusar mi devolución aduciendo que al niño le habían regalado otras iguales. Patético, ya que el chico no me había pedido ninguna explicación. Solo el ticket de compra. El mismo ticket que antes de salir de casa me había asegurado de poner en la bolsa junto con la caja de las zapatillas. Pero... ¡Horror! ¡No estaba allí! Le di la vuelta a la bolsa, abrí la caja, rebusqué en todos los bolsillos ante la mirada entre reprobatoria y compasiva de dependientes y público en general. Nada. No me cabía duda de que Dios me había castigado por mi ruindad. Sí, tenía lo que merecía.  Mientras bajaba por las escaleras mecánicas como un cerdo colgado de los ganchos del matadero iba pensando en dónde demonios había podido perder el maldito ticket de compra. De repente  tuve una revelación. Como a cámara lenta me vi a mi mismo sacando la caja de la bolsa en el tranvía cuando mi mujer quiso ver el modelo por última vez. ¡Estúpido de mi! En ese momento se debió de caer el dichoso papelito. En medio del tranvía.

La parte que podría llamarse "El último tranvía"

El rencuentro con mi mujer fue algo tenso, la verdad. ¿Qué haces que bajas con las zapatilla otra vez?- me dijo- He perdido el ticket. -¿Eh? pero, ¿dónde lo llevabas?- Lo había puesto en la bolsa junto a la caja de las zapatillas.- Ya. ¿Y por qué no lo guardaste en la cartera o en un bolsillo como hace todo el mundo?- Yo qué se. Pensé que allí estaría más seguro. Pero claro, como me hiciste sacar la caja de la bolsa en el tranvía, pues allí se caería- No, si encima la culpa la tendré yo. ¡Lo que me faltaba! - No cariño, no quería decir eso... - Ya, ya... Bueno pues quédate tú con las dos bolsas de zapatos que me voy a dar una vuelta- Vale. Yo voy a intentar recuperar el ticket. - Iluso, como que lo vas a encontrar así como así. - Bueno, al menos lo intentaré. Hasta luego cielo.-Adiós.
En fin. Mi plan había fracasado estrepitosamente. Sólo me quedaba una remota esperanza de arreglar un poco aquel desaguisado: encontrar el ticket.

El tranvía de Zaragoza. 

Y a eso me puse. Antes de nada utilicé el móvil para consultar los tiempos entre paradas y así pude calcular más o menos  cuando volvería a pasar en dirección contraria el convoy en el que habíamos subido hacía un rato.  Para afinar más, introduje mi tarjeta bus en la máquina y pulsé "consultar", así pude ver que habíamos montado en la parada de mi casa a las 17:53. Con esto deduje que el tranvía-objetivo podría estar a punto de llegar a "Plaza de España", donde me encontraba. Aunque probablemente habría un tiempo de maniobra para el cambio de sentido en el final de línea que debería tener en cuenta. Pero como no podía fiarme pensé que lo mejor sería ir subiendo y bajando en paradas consecutivas para poder revisar varios trenes y aumentar así las probabilidades de éxito.

La primera intentona resultó frustrante. En "Plaza de España" el tranvía iba hasta los topes, como cabía esperar en un primer sábado de rebajas, claro. Apenas pude moverme para intentar mirar de lejos por la zona que creía habíamos ocupado al subir. Me bajé algo desanimado en "Plaza del Pilar" y esperé al siguiente confiando en tener mejor suerte. Esta vez, aunque también había mucha gente, se fue bajando en las siguientes paradas y pude inspeccionar a fondo todos los rincones por donde sospechaba podía haber caído el ticket. Algún papelito me aceleró el pulso por un instante, pero al verlo de cerca, nada. Ya me había pasado de la parada de mi casa y las posibilidades de éxito estaban casi agotadas. Paré en "Campus Norte" y me puse a esperar mi último tren.

La parte que podría llamarse "Vuelta a casa"

No había nadie en el andén. En los cinco minutos que estuve allí, con los dos pares de zapatillas, las normales y las rebajadas, me pregunté qué sentido tenía toda aquella peripecia. Por suerte no me dio mucho tiempo a reflexionar porque enseguida apareció allí el tranvía. Iba prácticamente vacío. Me dispuse a entrar por la puerta mas próxima a la zona caliente y... !Zas! Nada más entrar lo vi en el suelo. Justo en el sitio que había imaginado. Me abalancé como un loco ante el asombro de una parejita que estaba al lado y lo agarré con fuerza. Casi no tuve ni que mirarlo. Era mi ticket. ¡Lo había encontrado! Por primera vez en aquella tarde sonreí y me sentí plenamente relajado. Y no por haber recuperado aquellos 60 euros, que también, sino por haber recuperado algo mucho más valioso. Otro tipo de papeles que había perdido aquella misma tarde.




sábado, 6 de febrero de 2016

Un poco sobre mi madre.

Qué decir cuando se acaba de morir tu madre. Todo sería poco. Por eso sólo quiero reproducir esta breve nota que amablemente me publicaron en el periódico de mi pueblo, Barbastro. Una pequeña ciudad donde mi madre nació y vivió intensamente hasta el último día. Y donde no creo equivocarme si digo que fue feliz, quizá de la única forma en que se puede ser feliz: intentando hacer felices a los demás.



María Jesús Puertas Lagüens. Barbastro, 1931-2016
Publicado en "El Cruzado Aragonés", 5 de febrero de 2016

"María Jesús: el único nombre verdadero". Esa era una de las ocurrencias que le solía espetar mi madre al cura de San Francisco, o al mismísimo obispo si se terciaba, cualquier domingo al salir de misa. En realidad, más que por presumir de que su nombre reunía a los dos principales de la cristiandad, que también, era por entablar conversación. Porque esa era una de sus pasiones. Y no se cortaba ante nadie. Ya podía estar junto al personaje más insigne. En cuanto veía la ocasión, zas, se plantaba a su lado y le soltaba cualquier cosa que viniera a cuento. Porque esa es otra, conocía a todo el mundo y de todos sabía algo de su vida y obra. Y si el protagonista lo requería, le endosaba uno de sus famosos pañitos de ganchillo, de los que hizo y regaló  cientos y cientos entre amistades, conocidos y demás. 
Al ponerlos juntos para hacer la foto me he dado cuenta de que los colores del pañito y de los caramelos coincidían perfectamente. Y es que, en esencia, eran exactamente lo mismo.


Ya en los últimos años, cuando no podía tejer, sustituyó esa especialidad por unos caramelos de gominola, que compraba al por mayor y repartía a diestro y siniestro no solo a los niños con los que se topaba, que eran otra de sus debilidades, sino también al dependiente, al frutero, al técnico de la caldera del gas, al practicante que le controlaba el sintrón... Lamentablemente esta semana pasada, cuando la ingresaron en el hospital, ya no pudo regalarles nada a las enfermeras. Ni enseñarle las fotos de sus nietos a la vecina de habitación, con la que después de mucho hablar seguro  hubiera encontrado algún parentesco en común. Esta vez no pudo ser. Entre lágrimas, al recoger sus cosas, en el bolsillo del abrigo encontré un puñado de aquellos caramelos. Cada uno envuelto en su celofán. Listos para la entrega. Tan dulces y tan tiernos como el amor que ella nos dio, a raudales, durante toda su vida. Un amor tan grande que perdurará para siempre en nuestros corazones.


En 2012, durante un emotivo homenaje que por sorpresa, para mí también,  le prepararon mis amigos con motivo de nuestra entrada en los 50. Fue nombrada simbólicamente "Madre de todos". María Jesús se hacía querer.