miércoles, 27 de octubre de 2010

Correr por la orilla del Ebro

Este pasado domingo hizo un día espléndido en Zaragoza. El cierzo, que nos había acompañado durante toda la semana, se tomo día libre y nos dejó una mañana primaveral. Así que después de cuatro días sin salir a correr por unas cosas o por otras me calcé las zapatillas y me tiré a la calle en manga corta.
Emprendí mi ruta habitual hasta cruzar el puente de la A2. Ya en la margen derecha del río, en vez de seguir como de costumbre bordeando el meandro de Ranillas en dirección al Pilar, tome la dirección contraria, río arriba. La verdad es que he pasado por esa bifurcación un montón de veces y, aunque alguna vez se me ha pasado por la cabeza, nunca me había aventurado a cambiar mi civilizado y seguro recorrido de siempre. No me resulta fácil romper con rutinas con las que me siento cómodo, pero como hacía tan buen día, me decidí a probar.


Inicio de mi recorrido habitual. Margen derecha del Ebro


A los pocos minutos la ancha senda compactada, marca de la casa Expo, empezó a estrecharse y pronto me ví envuelto en un frondoso bosque de ribera cuya sombra, sería ya me procuró un frescorcillo extra que me sentó  de perlas. Ya está. Un pequeño cambio y estaba disfrutando de un sendero, mas irregular y pedregoso, eso sí, pero que me  regalaba un nuevo paisaje mas natural y distinto en cualquier caso al que me era familiar.


Nueva ruta "descubierta"


Otro aliciente adicional de este nuevo recorrido fue el intenso aroma a hinojo que endulzaba el aire en muchos tramos. Es curioso, pero desde que empecé a correr, cuando estoy trotando y empiezo a percibir ese peculiar olor  me da por imaginar que los efluvios de esta planta tienen un efecto balsámico capaz de engrasar mi sistema respiratorio. Cosas que piensa uno.
Continué por el sendero junto al río alternando claros con zonas de tupida vegetación hasta que me topé con una carretera. Miré mi reloj. Eran las Así que, como le había prometido a mi hijo mayor que iríamos a comer a un Giros (restaurante griego de comida rápida) me di la vuelta y emprendí el camino a casa por donde había venido.
Mientras bajaba iba pensando en lo agradable que resulta correr al lado de un río. Y en la suerte que tengo al tener tan cerca al río Ebro, bordeado por decenas de kilómetros (muchos de los cuales todavía me quedan por descubrir) de sendas y caminos de tierra ideales para la práctica de este deporte.
Aunque también pensaba en el Giros. Pensaba en si podría convencer a mi hijo para cambiar de planes y, en lugar del griego, ir a un japonés. Me estaba imaginando un enorme plato de arroz humeante y especiado. Mmm....


No pidáis la cerveza griega. Es mas cara y peor que la de aquí.

viernes, 15 de octubre de 2010

Primeros pasos

Como iba diciendo en el subtítulo, me eché a correr descalzo, sobre la arena húmeda. Así había visto que hacían otros muchos por ese mismo lugar desde que empezamos a frecuentarlo, una semana al año, desde hacía casi una década. Era una sensación agradable. El aire salado entraba con fuerza en mis pulmones y me sentía ligero. Justo lo que había imaginado un minuto antes mientras estaba sentado sobre la toalla. Lamentablemente, la agradable sensación apenas duró un par de minutos mas. Me asfixiaba. Tuve que parar para recuperar el aliento. Seguí andando como de costumbre sin saber que ya tenía el veneno dentro.

Al llegar a casa puse "empezar a correr" en google y encontré lo que buscaba. Primer día: caminar tres minutos, correr 5, caminar 3, y así. Al día siguiente me levanté a las 7, me puse el bañador, el reloj y descalzo me fuí a la playa. Completé el objetivo del primer día, 15 minutos en total corriendo en tres tandas de 5 minutos. Estaba agotado y eso que alguna de las tandas de 5 se debió quedar en 4:55, pero vaya. Para mi era un logro. Creo que no había vuelto a correr desde que hice la mili, allá por el año 86. El caso es que cuando volví a casa a desayunar ya estaba pensando en el entrenamiento del día siguiente.

El segundo día al levantarme me dolía todo el cuerpo. Era normal llevaba demasiado tiempo sin hacer deporte en serio, así que me fui a la playa y, con ciertos apuros, pude repetir el entrenamiento del día anterior. Al acabar la semana podía completar las tandas sin mayor problema. Unos días mas tarde, ya en Zaragoza, y con mis zapatillas de tenis, continué con el plan.

Al acabar la tercera semana podía correr 20 minutos seguidos. Eso era increíble. Hacía calor todavía y solía entrenar sobre las 7 de la tarde, hora a la que me encontraba a varios corredores con los que intercambiaba tímidos saludos, como temiendo que se dieran cuenta de que yo solo era un advenedizo, uno que se había puesto a correr un rato sin ser un verdadero corredor. Por suerte esos pensamientos se fueron alejando al tiempo que arraigaba en mi la idea de que quizá ya fuera un corredor. Novato, pero corredor.

Al cabo de dos meses, en noviembre, mis dudas se habían disipado casi totalmente. Ya hacía frío y me compré unas mallas con las que estaba ridículo, según mi mujer, mi hermano, y otros testigos que fueron sinceros conmigo. Con este atuendo, que completaba con una ajustada chaquetilla cortavientos de ciclismo que ya tenía y que realzaba sin duda el efecto de las mallas, pero con el que me encontraba la mar de cómodo y a resguardo del frío, continué con la rutina de correr dos o tres días por semana. Ya aguantaba 40 minutos.

Esas Navidades, en Barbastro, viendo como espectador la carrera de San Silvestre me di cuenta inmediatamente de que tenía que haberme inscrito. No era un día muy apropiado para correr. Llovía y hacía frío. Pero hubiera dado cualquier cosa por estar allí. Decidí no volver a experimentar esa desagradable sensación. Ya me había comprado mis zapatillas Mizuno y empecé a pensar en mi primera carrera.

Continuará...